SOLIDARIDAD QUE NO SE OXIDA (Por Lucas Rodrigo Barzola) – En una mañana cualquiera, el sonido del martillo, la amoladora y la conversación cálida entre compañeros llena el aire del Taller Municipal de Oficios en la localidad de Matheu. Allí, un grupo de veteranos de la guerra de Malvinas se reúne no para rememorar lo vivido en las islas —aunque muchas veces la memoria se imponga sola— sino para trabajar. Con manos firmes, pero curtidas por el paso del tiempo, reparan sillas, mesas, bancos y pupitres que luego serán destinados a escuelas, jardines, hospitales y centros de salud del partido de Escobar. No es un trabajo cualquiera: es una tarea con sentido profundo, una forma de seguir sirviendo al país desde el territorio que alguna vez defendieron a miles de kilómetros.
En los últimos días, el resultado de ese esfuerzo silencioso tomó una forma concreta: entregaron 37 mesas y 110 sillas completamente restauradas a cuatro escuelas públicas de Garín, Matheu e Ingeniero Maschwitz. Cada mueble, recuperado con paciencia y precisión, representa más que una solución práctica. Es un símbolo de memoria, trabajo colectivo y vocación de servicio.

Los protagonistas de esta historia son hombres que llevan consigo una historia compartida marcada por el dolor de la guerra, pero también por la hermandad que solo surge en situaciones extremas. Muchos de ellos encontraron en este taller no solo una ocupación, sino una razón para volver a reunirse, reconstruirse y sentirse útiles. La tarea que realizan va mucho más allá del mobiliario. Es una forma de reparación también para ellos. De reconstrucción personal.
“Esto no es un simple taller, es un lugar donde podemos seguir estando juntos, como estuvimos en las islas. No dejamos a nadie atrás, trabajamos en equipo, nos cuidamos”, dice Jorge, excombatiente que forma parte del equipo desde los comienzos. Él, como muchos otros, encontró en la rutina de lijar, soldar, pintar y arreglar, una forma de reencontrarse con lo mejor de sí mismo. “Es como una segunda oportunidad. Para nosotros, y para los muebles que llegan rotos”, agrega con una sonrisa.

El proyecto nació como una iniciativa del Municipio de Escobar para darle vida al mobiliario escolar en desuso que se acumulaba en galpones o depósitos. La propuesta era simple pero poderosa: convocar a veteranos de guerra a trabajar en la reparación de estos elementos, brindándoles un espacio digno de trabajo, contención y visibilidad. Así fue como el Taller de Oficios se transformó, lentamente, en mucho más que un espacio físico. Se volvió un refugio, un punto de encuentro, una trinchera distinta pero igual de cargada de compromiso.
Con el tiempo, el impacto de esta iniciativa comenzó a sentirse en los distintos rincones del distrito. Las escuelas que recibieron el mobiliario reparado no solo se beneficiaron materialmente, sino que también vivieron la experiencia como un acto de profundo valor simbólico. “Los chicos se enteran de que esas sillas las arreglaron veteranos de Malvinas, y automáticamente se genera un respeto. Hay algo que se transmite más allá de las palabras”, cuenta Mariana, directora de una de las escuelas beneficiadas. “Los muebles no solo están como nuevos, están cargados de historia, de manos que trabajaron con amor y orgullo”.
No es menor el valor que tiene este tipo de trabajos en el contexto actual. En tiempos donde muchas veces se hace difícil generar recursos nuevos para equipar instituciones públicas, la posibilidad de restaurar lo que ya existe se vuelve una solución efectiva y sustentable. Pero más allá de la lógica económica, hay una lógica humana que atraviesa este proyecto: la de dar un nuevo uso a lo olvidado, de rescatar lo que parecía perdido, de confiar en que algo puede volver a servir si se le da tiempo, esfuerzo y dedicación.
Los propios veteranos lo sienten así. Carlos, otro de los integrantes del equipo, confiesa que al principio no sabía si iba a poder adaptarse a esta rutina. “Me costaba volver a encontrar un lugar. Pero esto me dio estructura, compañía, propósito. Estar con mis compañeros, charlar, hacer cosas con las manos… es sanador. Acá no solo arreglamos muebles, nos estamos arreglando un poco a nosotros también”, argumentó con gran positividad.
En el taller no hay uniformes ni jerarquías. Hay mates compartidos, bromas, recuerdos, y mucho trabajo. Cada mueble pasa por varias manos antes de volver a estar listo para una nueva escuela. Todo se hace con paciencia, como si cada tornillo ajustado y cada pincelada fueran parte de un ritual. Esos muebles, que antes estaban olvidados, regresan ahora a las aulas, donde serán usados por generaciones de chicos que, tal vez sin saberlo, estarán sentándose sobre historias de lucha, de resistencia y de amor a la patria.
Los veteranos no buscan reconocimiento. Hacen esto porque creen en lo que hacen, porque sienten que todavía pueden aportar, que todavía tienen mucho para dar. Porque, como ellos mismos dicen, ser soldado no se termina nunca. Se lleva adentro. En la memoria, en el cuerpo, y también en las manos que hoy devuelven dignidad a una silla rota, a una escuela necesitada, a una historia que sigue escribiéndose, con orgullo, todos los días.