María Cristina Tevez es una de las más queridas y respetadas vecinas de la ciudad de Matheu. Solidaria y comprometida con las instituciones del lugar. De mirada franca y sonrisa fácil agradece a la ciudad que siempre la ayudo y creyó en ella.
María Cristina nació el 26 de noviembre de 1952 en Zelaya. Tercera hija del matrimonio de Bonifacio Tevez y María de Jesús Coria. Su hermano mayor Iber, falleció y tiene otros dos, Carlos y Alicia. “Nací en la escuelita de Zelaya. En esa época no había porteras, mis padres eran los cuidadores del colegio. Mamá nos tenía un poco apartados pero nosotros veíamos a los chicos jugar en el recreo… Me acuerdo que había un sótano, en las vacaciones nosotros bajábamos y encontrábamos un montón de lapicitos y gomas, que los chicos perdían” (dice entre risas).
Su padre, quien además era guarda del ferrocarril no anotó a Cristina en Pilar, donde pertenece la ciudad de Zelaya, sino en Capilla del Señor. “En aquella época, Escobar también pertenecía a Pilar y para hace trámites había que ir por el camino de tierra, porque no estaba la ruta 25. Tenías que esperar que alguien te llevara porque ni colectivos pasaban. Así que a mi papá le quedó mas fácil tomarse el tren e irse hasta Capilla” (ríe).
A los cinco años la familia se fue a vivir a la ciudad de Matheu, a la calle Lavalle y Pueyrredón. “Allí me quede hasta que me case”.
Cristina cursó la primaria en la escuela Nª 6. Entre sus compañeros recuerda a Carlitos “Pirucho” Gadda, Enrique Iglesias, Martelo, Frattini, Cristina Palomeque, Liliana Zorrilla, Alicia Goiti, Cristina Filgueira entre otros.
Recuerda que las compras para la casa había que hacerlas en el almacén de Sbravatti. “Allí comprábamos todo. Era un almacén de ramos generales.
Cristina nunca fue a un club. Su infancia y adolescencia pasó sin ningún deporte. “Siempre fui vaga para todo. En cuestión de deporte soy una ojota, no sirvo para nada (dice mientras ríe, otra vez). Mi hijo es igual”.
Tampoco tuvo mucho conocimiento en bailes. Pero esto es algo que ella no eligió. “Tener hermanos mayores, varones, y en ese entonces… no sabes. Eran “los cuida” (ríe).Tenía que pedirles permiso y ver si me llevaban al baile o no. En ese entonces estaban los “asaltos”. Si lo agarraba con muy, pero muy buen humos al “Mono” (Carlos) y que me lleve, podía ser. Pero a las nueve de la noche me traían de vuelta a casa y ellos volvían a salir (sigue riendo, mientras recuerda). Bailar, algo bailaba, pero los chicos antes de sacarme a mi, le miraban la cara al “mono”. Por eso tengo una linda amistad con todos los chicos de Matheu, porque siempre fuimos solo amigos” (sonríe). Nunca supe bailar. Pero me encanta sentarme y ver bailar a los otros. Me fascina”.
Al egresar, de la primaria hizo hasta tercer año en la Academia Picman, de Escobar. Luego abandonó. “Comencé a trabajar en Capital, en una casa de familia. Tengo un hermoso recuerdo de ellos. Era una patrona buenísima. Me enseño a cocinar, limpiar, planchar. Igual e cuestión de lavado mi mama era una genia. Me hacia descolgar la ropa sino estaba correcta y lavarla de nuevo. Yo hoy tengo una manía por la ropa. Creo que me quedó de ahí. Lavo con lavarropa pero los cuellos y puños los hago a mano” (vuelve a reír).
En es casa trabajo alrededor de cinco años. Luego entro a trabajar en la fábrica Akapol. “Allí conocí a Pedro, era supervisor. Los jefes tenían totalmente prohibido tener una relación con las empleadas. Entonces, uno de los dos se tenía que ir. Pedro en total estuvo 36 años. Así que me fui yo, y nos casamos en el 73”. A Cristina le faltaban 4 días para cumplir los 21 años y Pedro tenía 36. El matrimonio alquilo una casa en calle Melo, que era propiedad de la hermana de Guereñu. Después, Mario Márquez nos dio la oportunidad de comprar acá (Almirante Brown y J.M. Paz) y hace 40 años que estamos.
Al poco tiempo Pedro y Cristina se hacen cargo de una bebe, marcela. “Es nuestra hija del corazón. La madre la dejo por unos días, pero no volvió a buscarla. Para mi tengo tres hijos. Marcela, Pablo y Silvana. De Pablo tengo a mi nieta Martina y de Silvana, a mi nieto Augusto”.
Cristina pasó gran parte de su vida en la cooperadora de colegios. La escuela del Ymcahuasi fue el sueño de un puñado de padres, entre los que estaban Cristina y Pedro, que pidieron el lugar y se comprometieron a hacer un aula por año, porque las vacantes de la otra escuela no daban a vasto. “La construcción de las aulas las hicimos todas nosotros. Vivíamos haciendo festivales. Éramos varias familias de amigos de Matheu que los chicos necesitaban empezar el colegio. Adamo, Curbelo, Stricker, Roberto “el cordobés”, Giovanetonne, Briozo, Melidore. Trabajamos mucho y nos jugamos a que podíamos hacer todas las aulas de la primaria. Y así lo hicimos hasta séptimo grado. Después dejamos.”
Aunque “dejar” en la vida de María Cristina es un eufemismo. En la escuela Nª 6, cuando empezó la ampliación estuvo años en la Cooperadora. Cuando su hija ingreso en la ex escuela Media 2 de Matheu, ella trabajo 15 años como revisora de cuenta, hasta que se hizo el nuevo edificio. Además, desde hace 30 años es directora de Caritas de la parroquia San Juan Bautista. Iba con su esposo a buscar los bolones de comida y los repartía por los distintos barrios.
Ya no tiene casi sueños por cumplir “Después de 65 años me acaban de poner piedras en la calle. Ese era mi sueño (dice riendo) y me lo acaban de cumplir. Ahora si tuviera plata haría entubar toda la calle. Ese podría ser mi único sueño. Que nos dejáramos de inundar cuando llueve mucho”.
Asegura que por nada del mundo dejaría Matheu. “Yo amo Matheu. Nací acá y viví siempre acá y crie a mis hijos acá. No me iría. No, no, no. Si pudiera irme, me iría un mes a Maylin, en Santiago del Estero, a pasear. Pero después vuelvo. Yo no se si es porque soy de acá, o por la forma de vida que he llevado pero si me ha faltado de comer, he pedido y me dieron. Si he tenido que llevar a mis hijos al medico y no he tenido para pagar una consulta, los médicos, tanto Grintis como Sangalli, me han atendido igual. Las farmacias, las dos, la de Martin y la Román, he necesitado medicamentos y me los han dado. Siempre tuve las puertas abiertas. Igual que en las tiendas. No me iría de Matheu. Pero no porque sino tengo, me van a dar. Sino porque eso te habla