RETORNO – El último informe de Naciones Unidas sobre el clima dejó una advertencia contundente: el mundo ya no logrará mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 °C respecto a los niveles preindustriales. Ese límite, fijado en el Acuerdo de París, era considerado el “umbral seguro” para evitar los peores efectos del cambio climático. Pero el tiempo se agotó.
Según el estudio, incluso si los países cumplieran con todos los compromisos actuales de reducción de emisiones, la temperatura promedio podría subir hasta 2,4 °C hacia finales de siglo. La razón es simple: las promesas no se cumplen al ritmo necesario y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen batiendo récords.
La noticia llega acompañada de fenómenos extremos cada vez más frecuentes: olas de calor, sequías prolongadas, incendios forestales y huracanes devastadores. El secretario general de la ONU fue tajante: “La humanidad está jugando con fuego y ya se está quemando”.
En América Latina, los efectos se sienten con fuerza. En Argentina y Chile, la sequía golpea la producción agrícola. En Brasil, los incendios en la Amazonia volvieron a niveles alarmantes. Y en Centroamérica, miles de familias se ven obligadas a migrar por la falta de agua.
A nivel político, los países más contaminantes China, Estados Unidos e India enfrentan críticas por su lentitud en la transición energética. Mientras tanto, Europa intenta avanzar con nuevas regulaciones y los países más pobres reclaman financiamiento para adaptarse a los daños.
Los científicos insisten en que todavía hay margen para evitar un colapso total, pero eso exige transformaciones profundas: abandonar los combustibles fósiles, reducir el consumo y apostar a energías limpias. Sin embargo, el mensaje parece repetirse en un eco que pocos escuchan. La meta de 1,5 °C era una advertencia; ahora, es un recordatorio de lo que el mundo dejó pasar.