EN CAÍDA – Otra vez la historia repetida. Otra vez un River que decepciona, que no responde, que se cae en los momentos donde más debería aparecer. En la previa del Superclásico, con el Monumental repleto y una hinchada que fue a alentar a pesar de todo, el equipo de Marcelo Gallardo volvió a tropezar. Perdió 1-0 con Gimnasia y Esgrima La Plata, que no ganaba en Núñez desde hace veinte años. El gol fue de penal, convertido por Chelo Torres, un ex-Boca. Como si el destino se encargara de clavar una aguja justo donde más duele, y justo antes del partido más esperado del año.
Pero más allá del resultado, lo que verdaderamente preocupa es la imagen. River no jugó a nada. Tuvo la pelota, pero sin ideas, sin ritmo, sin convicción. Cada pase fue un suspiro, cada ataque, un intento tibio. Nadie rompió líneas, nadie se rebeló. Los jugadores parecían desconectados, sin alma, como si la camiseta pesara más de lo que inspira. En el segundo tiempo, Borja tuvo la chance del empate desde los doce pasos, pero la tiró afuera. Fue el resumen perfecto de un equipo que ni de penal logra encontrar alivio.
El hincha lo siente, lo sufre y lo repite: este River no da señales de vida. Ya no impone respeto, ni en casa ni afuera. Lo peor es que no se trata de una mala racha, sino de un año entero lleno de frustraciones. Eliminado temprano de la Copa Libertadores, con actuaciones irregulares en la Copa de la Liga y un Torneo Clausura donde nunca terminó de arrancar, el equipo de Gallardo se volvió una sombra de aquel que dominó Sudamérica.
Durante años, el Muñeco fue sinónimo de intensidad, de reinventarse, de pelear todo hasta el final. Hoy parece perdido. Cambia esquemas, nombres, sistemas, pero nada funciona. Las rotaciones confunden, los refuerzos no rinden y el equipo juega sin rumbo. La defensa comete errores insólitos, el mediocampo carece de conexión y la delantera vive a base de chispazos. River se volvió previsible, lento y, lo más doloroso, sin alma competitiva.
El Monumental, que siempre fue un hervidero, terminó en silencio. Hubo murmullos, insultos y miradas cruzadas. La paciencia se agota. La gente no soporta ver cómo el equipo se arrastra sin reacción. Algunos siguen bancando al Muñeco por historia, otros ya empiezan a pedir un cambio. Pero todos coinciden en algo: este River no transmite nada. Ni orgullo, ni mística, ni hambre.
Gallardo intenta sostener su discurso de calma, repite que “hay que seguir trabajando”, pero la realidad lo golpea en la cara. Hace meses que el equipo no muestra señales de mejora. Y lo que antes era un bajón pasajero ahora parece una caída estructural. Se perdió la identidad, ese sello de intensidad, presión y juego que definía al River de Gallardo. Hoy es otro equipo, uno que duda, que camina la cancha, que parece no creer en sí mismo.
El Superclásico que se viene puede ser determinante. Boca llega con aire renovado, River con el alma partida. Y el hincha ya no sabe qué esperar. Lo único que pide es actitud, entrega, que el equipo vuelva a representar lo que significa ponerse esta camiseta. Porque si algo no se negocia en River, es el orgullo. Y hoy ni eso aparece.
El 2025, que debía ser el año de la reconstrucción, se transformó en una pesadilla. Sin títulos, sin funcionamiento y con una desconexión total entre plantel e hinchada, River atraviesa su etapa más gris desde que el Muñeco volvió al banco. Lo que antes era respeto y admiración, hoy se mezcla con fastidio y desconfianza.
Veinte años después, Gimnasia volvió a ganar en el Monumental. Pero el verdadero golpe no fue ese, sino ver a un River vacío de alma, perdido, sin esa esencia que lo hacía distinto. La gente se fue en silencio, masticando bronca, sabiendo que algo se rompió. Y que, si no se reacciona pronto, este año quedará marcado como uno de los más tristes de toda la era Gallardo.
