Eduardo nació el 28 de noviembre de 1946, en Villa Maipú, San Martín. Su padre biológico, ingeniero y escritor, los abandonó antes de casarse y él fue “hijo de madre soltera”. “A él lo conocí después de 35 años. Desde entonces, y hasta su muerte a los 92 años, siempre nos presentamos ante su mujer y sus dos hijos, como colegas y amigos”.
Su padre del corazón, que se casó con su madre, lo reconoció como propio cuando él tenía dos años. “Vivíamos en mi casa natal. De este matrimonio tengo dos hermanas, yo soy el mayor. Este padre me duró muy poco, cuando yo tenía 6 años se separaron y los hermanos fuimos separados. A mis hermanas las llevaron a vivir con los respectivos abuelos y yo como era muy rebelde y aventurero, terminé en un orfanato del barrio de Flores. Nadie se quiso hacer cargo de mí por indisciplinado. Estuve en el orfanato hasta cumplir los 10 años, cuando un tío (hermano de mi madre) y su esposa, me llevaron a vivir con ellos, en la misma casa donde nací.”
Eduardo hizo una parte de la primaria en una escuela estatal de Flores “salíamos del orfanato para ir a la escuela Nº8, a dos cuadras del enorme caserón donde vivíamos pupilos”. El resto de grados, hasta terminar en sexto, lo hizo en la escuela 91 de Villa Maipú “a unas tres cuadras de donde ya vivía con mis tíos. Conviví con ellos hasta recibirme de técnico electromecánico en la ENET nº 4”.
Las circunstancias tan especiales de su vida lo alentaron a querer ser sacerdote jesuita. “Esta sensación de orfandad, hijo de padres separados, con una familia desmembrada… Empecé el seminario en la facultad de teología, en Moreno. No duré mucho porque no acepté el celibato. Yo quería tener una familia de verdad.”
A los 21 años, comienza a estudiar en la UBA la licenciatura en Historia. Por cuestiones políticas, abandonó Filosofía y Letras para cursar Realización Cinematográfica en Avellaneda. “Jamás dejé de trabajar como técnico industrial”– sin embargo, aclara.
Eduardo nunca iba a bailar, le gustaba el arte y lo técnico (dibujo, pintura, literatura, guión y la parte técnica de cine y fotografía). “Siempre solventé las inversiones de lo artístico con mi trabajo técnico. En los años finales de la década del ’60 y principio de los ’70, fui de la corriente existencialista intelectual. Sin saberlo, siempre me sentí un renacentista”, (sonríe).
Tampoco fue buen deportista. “Soy muy torpe, no me da el cerebro para los deportes. Ni siquiera sé jugar al fútbol. Me gusta pero siempre fui pata dura. Juego al ajedrez y me agito” – dice entre risas.
A pesar de su rebeldía y su aspecto bohemio, Eduardo empezó a trabajar a muy corta edad. “Mi primer trabajo fue a los 10 años en un taller metalúrgico. Mientras estaba en secundaria, trabajé como técnico en otro taller especializado en mantenimiento industrial y ahí seguí especializándome en esta área, sin dejar de lado la intelectualidad artística.
Al mismo tiempo, trabajé con Francisco Solano López como dibujante, cuando él hizo la reedición del Eternauta”.
Eduardo se casó a los 23 años con “una muy buena mujer, madre de dos de mis hijos”. Pero se separaron al poco tiempo.
“Tuve una vida de artista bohemio. Fui un mal padre y peor marido. Yo que había estudiado carreras técnicas para no ser como mi abuelo materno ni mi padre biológico —ambos fueron escritores—, terminé cayendo en los mismos errores y repitiendo historias”.
A los 28 años conoció a Marta, su actual mujer. “Por ser el amor de mi vida, acepté corregir el rumbo y concentrarme en hacer las cosas con la seriedad que requiere tener una familia de verdad”.
En 1980, por concurso, entró a trabajar en el Parque Tecnológico Miguelete del INTI. “Fue el trabajo más hermoso que jamás tuve. Marta también trabajaba ahí pero en diferente área. Ambos estábamos en el escalafón científico técnico”. Lo que el INTI no pagaba como buen salario, se lo pagó con becas de estudio. Se especializó en Física, sobre Mecánica de los Fluidos (líquidos, gaseosos y físicos). “Durante ese tiempo, aflojé con la actividad artística. Con mi familia vivíamos en Villa Ballester, a una cuadra de la estación. Vinimos una vez de visita a casa de un compañero de INTI que vivía en El Cazador y a partir de entonces comenzamos a venir más seguido. Hicimos amistad con otros vecinos y nos quedamos a vivir un tiempo en el barrio”… “Después seguimos viniendo los fines de semana y las temporadas de vacaciones en el colegio de mis hijas. Cuando la más chica comenzó a volar con sus propias alas, decidimos afincarnos definitivamente en El Cazador. Este es un lugar mágico y lo expresé hasta con fundamento científico en varias columnas de “Nuestros vecinos” que escribo en el periódico de Lessler”.
Finalmente, el matrimonio se fue del INTI para crear su propia Pyme, y si bien les fue maravillosamente, el “efecto tequila” del año 1998, fundió a sus clientes, los cuales le debían muchos dólares y nunca les pudo cobrar. “Me enfermé por depresión y quedé cuadripléjico por una afección autoinmune desmielinizante” (variante de esclerosis múltiple).
“Por amor a mi mujer decidí no morir en terapia intensiva del hospital Castex, y luchar para recuperarme”.
Mientras Eduardo estuvo cuadripléjico, vivieron de los trabajos de Marta como artista plástica. Tras una ardua rehabilitación, Eduardo recurrió a la literatura para profesionalizarse. “Quedé con un 73% de discapacidad motriz con posibilidades de usar la computadora para escribir y leer sin reproches”.
Estudió por Internet en la Escuela de Escritores de España (narrativa y dramaturgia). Cuando volvió a caminar,se relacionó con talleres literarios. Siempreescribiendo sobre narrativa histórica y teatro. Tiene escritos y editados varios libros (novelas, cuentos, ensayos, biografías, manuales técnicos y comedias).
Actualmente, trabaja (tiempo libre) como consultor y asesor técnico para la empresa Consultatio de Eduardo Constantini, en la obra Puertos del Lago. “Sigo siendo un hombre del Renacimiento”.
Como escritor, fue honrado en Toledo, España, al designarlo Representante Coordinador General en Argentina, de la Sociedad Iberoamericana de Escritores. También la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) lo honró como socio Honorario.Como dramaturgo, el actor y director Osvaldo Laport, acaba de elegir una de sus comedias para inaugurar el elenco estable del Teatro Seminari.
Siempre le encantó viajar. Recorrió la Argentina y los países limítrofes. Aunque anhela “palpar España, Italia, Francia” y, si pudiera, lo haría por el resto de Europa. “También me gustaría terminar de recorrer el país, al que considero reúne todas las bellezas posibles de personas y paisajes”.
“Soy consciente de que me quedan muchas cosas por hacer. Me arrepiento de muchos de mis errores que pudieron causar pena en otras personas, pero aprendí de cada uno de ellos y no los repetiría. “Aspiro a trascender solo por haber sido un buen tipo”.