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viernes, febrero 14, 2025
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    Cuando la sangre elije la tierra en que nació

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    Nieta de los fundadores de la ciudad de Matheu, Inés Nazarre creció con una calle que llevaba su apellido. Amante de los animales, las plantas y apasionada por su trabajo. De niña salvaje- aristocrática a una mujer sencilla y profunda,  cuya mayor herencia fue el amor.

     

    María Inés nació en la casa de sus abuelos maternos, el 2 de mayo de 1952. Hija menor de Aurelia Felisa Sbravatti (Lela) y Luis María Nazarre. “Mi abuela María (paterna) les dio dos años su casa para que ellos vivieran solos y ella se fue a vivir a Embalse, Córdoba. Cuando regresó, mis padres se mudaron a su propia casa en Márquez 169. La primaria la hice en la escuela Nª6. Recuerdo a Norma Monti, que era mi compañera de banco, y de Ferremi. También recuerdo a la señorita Nury, hace poco la vi y ambas nos reconocimos enseguida. Cuando yo estaba en 4to grado, falleció mi papá. Fue un golpe terrible”, cuenta en primera persona.

    “Con mi hermano Luis nos pasábamos los días jugando, yendo del campo de papá al campo de la abuela. No había nada, así que andábamos en la petisa,  que estaba tan acostumbrada que iba y venía con uno mirando para adelante y el otro para atrás” (dice sonriendo). En la recorrida nos acompañaba, de poste a poste, una lechuzita que habíamos criado. Buscábamos pichoncitos, hacíamos teléfonos con las latitas de tomate. Yo tenía mis plantitas, hobbie que me sigue desde chica, con yuyitos plantados en unas latitas…, y algunas salvajadas (ríe). Jugábamos con Palito Gelves, el hijo del “Gaucho”, que era mi amigo, pero siempre fue como otro hermano. Cuando mi papá hizo su casa, le saco el crédito al Gaucho para que haga la suya. Un día jugamos una carrera con triciclos recién comprados. A mi me duró ½ cuadra, hasta que me caí en la zanja (vuelve a reír). También andábamos en monopatín. Me la pasaba jugando con los varones. Los Minor, los Rivarola, los Heis, mi hermano, no había nenas en el barrio. Jugábamos al futbol y a mi me prestaban los botines.”

    Sin embargo, los hermanos podían convertirse en unos “santos” cuando la abuela recibía a su hermana, Alicia Reynot y sus amigas: Alicia Moreau de Justo, y Alicia Prades. “Yo vivía descalza, jugando con los varones… desastrosa. Pero cuando venían esas señoras en un coche negro “largooo”, con chofer, las esperábamos afuera. Peinaditos. Mi prima Marilú y yo, con vestiditos, Luis con trajecito de pantaloncito corto, y las saludábamos con una reverencia. Mi papá nos había enseñado a comer con varios cubiertos y las copas correspondientes. Éramos una pinturita. Cuando se iban volvíamos con las salvajadas” (sigue riendo).

    María Inés hizo el secundario en el Belgrano, pero al egresar no pudo seguir estudiando.

    “La gente creía que porque era Nazarre, siempre habíamos tenido plata. Pero cuando murió mi papá, que para mí fue algo que me marcó mucho, que fue muy triste, de mucha soledad, a la semana quebró la firma donde él tenía todo el dinero. Así que termine el bachiller y tuve que ir a trabajar.  Lamenté mucho no poder seguir estudiando, Yo quería ser docente para ser preceptora o martillera publica”.

    Su primer trabajo fue en Hughes Toll, donde trabajo un año y medio. “Me pagaban bien pero me explotaban. Trabajaba 12 horas. No había extras.” Hasta que le negaron unos días de licencia para Semana Santa, pero igual se los tomó. “Me despidieron. Lo digo con mucho orgullo, porque a mi no me iba a atar nadie.”

    En el año 75, se casa con José Enrique López (Quico). En el año 76, nace su primer hijo: Julián, “Yo ya trabajaba en la empresa Safari (agencia Citroën) desde hacia cuatro años y me quedé hasta el último mes de embarazo. En pleno mundial 78 nació Diego y seis años después, Gabriela”. Años más tarde, su matrimonio se disolvió.

    Inés, ya con sus hijos grandes, sintió que tenia que hacer algo con su vida: “Me la había pasado cuidando a mi mamá, cuidando a mi marido, a mis hijos, pero ahora me tocaba a mi.  Me ayudaron mis hijos. Sobre todo Julián, me dio una gran mano para que me anotara junto con él en magisterio. Lo hice el ultimo día de inscripción, a la última hora y lo cursé con mi hijo Julián. Al principio no estaba segura, pero funcionó.  En el curso éramos compañeros, cuando salíamos éramos madre e hijo. Fueron 3 años maravillosos”

    Finalmente, y desde entonces, ejerce como Preceptora en el Instituto Lea. Tiene un excelente trato con los alumnos a los que escucha, cuida, aconseja, pero siempre marcando claramente los limites, aunque ya no son los de antes. ”Creo que antes era muy rígido todo. La distancia entre profesores y alumnos era demasiada. El estricto cumplimiento de uniforme, con cuellito para que no se vea la blusa o la remera y hasta una pollera azul que quedaba debajo del guardapolvo… Pero no puedo dejar de pensar que en algún punto era mejor que ahora. Los chicos cumplían horario, iban correctamente vestidos. Había hábito y disciplina. De alguna manera nos formaba para el trabajo y para la vida. Ahora los chicos saben todos los derechos pero las obligaciones les cuesta muchísimo entenderlas.”

    Inés, hoy abuela de Ramiro y Mauricio, “dos soles”, sigue siendo una mujer  sumamente atractiva y fuerte. Pero no es dura. Se sensibiliza al borde de las lágrimas cuando habla de su padre y de su abuela María. “Cuando tenia 10 años y volvía de la escuela abrí la puerta de la cocina y lo vi caer muerto a mi papá. Fue un impacto muy grande. Yo era muy compañera de él. Cuando se jubiló como tesorero del Banco Municipal, (ahora Banco Ciudad) estábamos siempre juntos. Nos enseñó muchas cosas, aún pongo en práctica esas lecciones. Era un padre de los de antes, era el hombre de la casa pero los sábados y domingos ordeñaba la vaca y nos hacía dulce de leche para nosotros  y los chicos del barrio, y también  la leche chocolatada. Nos enseñó sobre la naturaleza, a mirar la luna con un telescopio que ponía en el parque, el cariño a los animales, a tirar y el respeto a las armas, y el valor de la palabra.”

    Cuando Don Luis fallece, María Inés se aferra a su abuela. “Mi abuela María era todo para mi. Un ejemplo. Ella llegó con sus hermanas desde Europa y en Bariloche conoció a mi abuelo Domingo, que era el secretario del intendente, además de su hermano. Se casaron y se fueron a vivir a un departamento a Capital Federal. Un día quiso conocer los “campitos” que el abuelo tenía en esta zona. Mi abuelo la trajo. Se bajaron en la estación Copelo (ahora Zelaya) y allí los fue a buscar uno de los carruajes. Fuero a recorrer los campos y ella le pidió que hiciera la casa allí. Le pidió a mi abuelo quedarse a vivir acá para que sus hijos y sus nietos crecieran y vivieran mirando los trigales.”

    Por cierto, ya no hay trigales en Matheu. Pero Inés, su sangre, y la sangre de su sangre, al igual que la mayoría de los habitantes de esa ciudad, aseguran querer seguir viviendo en ese pedazo de tierra iluminada.

     

     Graciela Zorrilla

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