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jueves, mayo 15, 2025
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    Ana Karpun: “Estoy enamorada de Escobar”

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    Ana Karpun, descendiente de polacos, es una trabajadora incansable. Cuida chicos y abuelos. En un trabalenguas de ternura muchos la llaman: la nana Ana. Hace más de veinte años que vive en Escobar y dice que de aquí no la saca nadie.

    Ana nació en Florencio Varela el 3 de junio de 1960. Ante última hija de Alejo Karpun, polaco llegado a la Argentina desde Varsovia a los 9 años y de Eugenia Myszka, nacida en Chaco, pero de padres polacos también. Tiene 5 hermanos. 4 mujeres y un varón. Su padre trabajaba en el Puerto, como guinchero y su madre era ama de casa. “Además tenía una máquina de coser, a pedal, y le traían prendas de una fábrica o negocio. Terreno de por medio había un predio que era de un tío. Para cuidar el terreno mi mama había plantado frutales. Teníamos ciruelas, damascos, naranjas, pomelos, de todo. La fruta que quisiéramos. Con mi hermana más chica poníamos duraznos en un tanque de agua helada y lo íbamos pelando y decíamos que comíamos helado (ríe mientras recuerda) Era una familia muy humilde. Si se compraba una muñeca era para las cinco nenas». (vuelve a sonreír)

    De grande Ana trabajo en Alpargatas y también en la maternidad del sindicato de textiles. En algunas zonas del país las cosas empezaron a andar mal para los trabajadores y hubo que buscar nuevos horizontes.

    “A Escobar llegue hace casi 21 años, por trabajo. Era tiempo donde se abrían muchas industrias en Zona Norte, mientras en Zona Sur cerraban. Yo ya estaba casada, teníamos a Lucas de 5 años y a Agustina que cumplía 3. En la fábrica de baterías de Escobar se abrió un sector de plásticos y mi marido, que sabía del tema, comenzó a trabajar allí. Así que él vivía en una pensión acá y volvía los fines de semana a Varela. Al año quedo efectivo y nos mudamos. Alquilamos por inmobiliaria Larghi, 16 años la misma casa en calle Del Carmen y Ameghino, a una cuadra de la fábrica. Pero a los 3 años se quedó sin trabajo. Vino la debacle y esta empresa era una multinacional y se llevaron las maquinas a Brasil.”

    Debido a la necesidad de salir adelante, Ana, además de las tareas del hogar y criar a sus hijos, comenzó a cuidar a otros niños en su casa. Si bien ella no era de aquí, su crianza polaca y su carácter afable y recto lograron a través de la relación de sus hijos en el jardín y la pileta del CAI, que conociera a otras madres y confiaran en ella. “Comencé cuidando a las nietas del dueño de “Nico” después empecé e publicar en una revista y en la tele de aquella época, y fueron pasando los años y conocí y me conoció mucha gente”.

    Ana en base a mucho esfuerzo y sacrificio, de toda la familia, logro tener su propia casa en la ciudad de Matheu, donde ahora viven. “Empezamos juntar dinero para los 15 de Agustina. Llegaban los aguinaldos y esa plata no se tocaba porque era para la fiesta. Un día hablando con mi esposo, le digo: Uy mira toda la plata que tenemos. Ya tendríamos para comprar un terreno. Lo dije por decir, sin pensar. Agustina que escucho nos dijo: “Dale mama”. Yo le explique que los 15 son una sola vez en la vida y todo eso, pero ella no quiso saber nada. Me dijo “Yo prefiero la casa”. Así que le compramos de regalo una notebook, solo para ella y con el resto compramos el terreno. A fuerza de horas extras de su esposo y con el cuidado de niños también durante los fines de semana, la familia logro levantar su casa y tener su propio hogar. Casualidad o no, el barrio se llama “El Descanso”.

    Igual Ana sigue trabajando. Ya perdió la cuenta de todos los chicos que ha cuidado. Algunos muy pequeños y otros más grandes. “Durante un tiempo cuide a un chico de 8 años. No podía quedar solo en la casa y su madre trabajaba. Ella me hacía acordar mucho cuando yo vine a Escobar. Estaba sin familia y sin amigos, tenía que trabajar y no tenía quien le cuidara los chicos… Es un hermoso trabajo. Y a veces difícil. Hay chicos que no saben de límites y los padres me dicen que no saben ponerlos. Los chicos hoy están mucho con los teléfonos, la computadora o la tele, yo trato de alejarlos un poco de eso y que estén más con los juegos. Muchas veces es un desafío. Pero siempre me digo: voy a poder. Los chicos son muy inteligentes. Ven cuando hay amor, cuando hay seriedad y sobre todo cuando no les mentimos…. Hoy esos chicos me llaman abuela. También cuido ancianos. Con ellos es un poco más fácil. A la mayoría les encanta hablar. Yo les pregunto sobre su juventud, donde vivían, que cosas hacían. A ellos les gusta que alguien los escuche».

    En tiempos buenos y en tiempos difíciles la vida de Ana se llena de anécdotas. Para ella todo es positivo. “Me case grande. A los 29 años. Era la tía solterona.  Salí, viaje, disfrute, conocí, jodi y me jodieron (ríe). A los 25 estuve a punto de irme a vivir a los Estados Unidos, donde tengo una hermana. Pero conocí a quien es mi marido y acá me quede… Disfrute mucho. Pero no tengo nada de que arrepentirme. Haría todo de la misma manera. Mi único sueño es poder viajar en barco por alta mar. Tengo los documentos de mis padres y el pasaporte, que los guardo de recuerdo. Ellos pensaban poder volver a Polonia en algún momento. Una vez fui al mapa y encontré el pueblito de donde era mi papa: Police. Desde entonces sueño con poder conocerlo”.

    Mientras tanto Ana asegura: “Si tuviera que volver a elegir, elegiría a Escobar de nuevo. Yo cada vez que vuelvo a Florencio Varela me pongo triste. Cuando mis hijos eran chicos me preguntaban cómo era donde había nacido. Un día fuimos a la casa de la abuela, bajamos en la plaza. Los chicos me decían que esa plaza no tenía flores como la nuestra, que la calle estaba llena de papeles tirados y en Escobar no. Pasa el tiempo y la diferencia es la misma… Estoy enamorada de Escobar. De acá no me saca nadie» (vuelve a sonreír).

    Graciela Zorrilla

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